Blogia
Meditaciones fantasmagóricas

En la noche

La oscuridad de la noche ilumina la ciudad envejecida. La niebla espesa no permite distinguir siluetas más allá de quince metros. Sólo luces que cruzan en sentido opuesto es lo que puede ver.

Camina sólo, rápido, como si alguien, o algo, lo estuviera siguiendo. Pero no tuerce la cabeza, no quiere mirar atrás. Avanza. Aquello que cree tener detrás tuerce por una esquina. Vuelve la cabeza. Es una chica, a estas horas debe volver a casa.

Prosigue el camino, más tranquilo ahora. En una intersección de calles, la policía se ve con sus luces encendidas, las sirenas, comienzan a sonar. Pasan de largo del joven. A pesar de haberle echado una mirada, no han distinguido nada por la ausencia de luz de ese tramo de calle.

Cruza la calle. En un banco, un grupo de siete u ocho adolescentes beben y fuman tabaco mezclado con lo primero que han podido conseguir. A su paso ríen, y acelera el ritmo, pero no es demasiado brusco, nadie se ha enterado.

Ya en el portal de su casa. Abre la puerta en un suspiro, ya tenía las llaves en la mano veinte metros antes. Entra.

El ascensor, roído por los años y firmas adolescentes tarda en llegar mientras el muchacho da vueltas alrededor del hall. Por fin llega, y contempla que la luz está apagada.

Duda, en un primer momento, de montarse, pero son demasiadas escaleras las que hay que subir y está muy cansado. Pulsa el botón de su piso. Al menos la luz que marca el piso por el que va todavía funciona. Observa 1… 2… 3… Comienza a agobiarse, siente cada vez el habitáculo más pequeño, más estrecho. Suda y tiembla. Siente un ir y venir en su interior que deja su estómago en forma de nudo…12… y trece. Con las manos ocupadas por las llaves abre rápido, aunque con más torpeza, la puerta de su vivienda.

Recorre el pasillo a oscuras. Entra en el aseo. Su habitación es la puerta anterior. Se dirige a ella y al encender la luz, un grito de desesperación despierta a los vecinos. Los perros comienzan a ladrar. Los pájaros revolotean asustados, desorientados, golpeándose contra sus jaulas.

La cama estaba llena de cuerpos enredados, inmóviles. Cuerpos textiles que no había recogido antes de salir de casa.

0 comentarios