Miedos del ayer
He vuelto a ir al dentista tras años de ausencia por allí.
Mi hermana me pidió vez en un arranque de mala hostia hacia mí, lógico por parte de un hermano mayor- ¿o sólo de la mía?. O un bello acto de amistad hacia la dentista, el cual no tiene precio, y si lo tiene, me lo guardo.
Yo recordaba aquel lugar de color blanco frío, espaciado y siniestramente ordenado. La sala de espera con puñados de revistas que parecen intentar resolver los problemas del gobierno en materia de educación, así como las carencias de gusto en cuestión decorativa de las personas que la pisan. Ésta en concreto, tenía un vistazo moderno. Contrastando madera oscura con el blanco de la habitación y el verde pared que sale en los anuncios de televisión, solo que, esta vez, en lámparas. Las sillas, con una simple mirada, parecen incómodas como pocas, pero la impresión cambia al sentarse en ellas.
Al llamarme, paso a la sala de torturas. Un lugar impoluto, en el que bien te podrían hacer las pruebas después de una abdución extraterrestre. Una ojeada de la chica, para reconocerme que tengo una caries, además de que iba a hacerme una limpieza, una radiografía, y por supuesto, el empaste.
Recordaba todos esos actos como algo doloroso, molesto y cansado. Pero, quitando el empaste, en el que me anestesió finalmente, nada me supuso un problema. Me mantuve tranquilo y más tiempo hubiera estado tranquilo también. Me sorprendió, la verdad.
Al salir, reconocí a una excompañera de clase trabajando allí. Me alegré por ella, el trabajo parece bueno, a pesar de no haber tenido, tampoco querido, relación alguna con ella- de amistad, me refiero... y de lo otro, pos tampoco. Pero aún así, me alegré, así que otro treinta y uno de diciembre prometiendo ser más cabrón que se va al traste.
Qué razón tienen algunos cuando dicen que soy un heavy de palo...
0 comentarios